Como miembros de la iglesia universal, nos unimos a los verdaderos creyentes en la proclamación
del señorío de Jesucristo y en los credos trinitarios históricos de la fe cristiana. Apreciamos nuestra
herencia wesleyana de santidad y la consideramos la manera de comprender la fe verdadera de
acuerdo con la Escritura, la razón, la tradición y la experiencia.
Nos unimos a todos los creyentes en la proclamación del señorío de Jesucristo. Creemos que, en
el amor divino, Dios ofrece a todas las personas el perdón de los pecados y la reconciliación. Al ser
reconciliados con Dios, somos reconciliados unos con otros, amándonos unos a otros como Dios nos
ha amado, perdonándonos unos a otros como hemos sido perdonados por Dios. Creemos que nuestra
vida en comunidad muestra el carácter de Cristo. Consideramos la Escritura como la fuente principal
de la verdad espiritual confi rmada por la razón, la tradición y la experiencia.
Jesucristo es el Señor de la iglesia, que, como el Credo de los Apóstoles dice, es una iglesia santa,
universal y apostólica. En Jesucristo y a través del Espíritu Santo, Dios el Padre ofrece el perdón de
pecados y la reconciliación a todo el mundo. Quienes responden a la oferta de Dios en fe vienen a
ser el pueblo de Dios. Habiendo sido perdonados y reconciliados en Cristo, perdonamos y somos
reconciliados unos con otros. De esta manera somos la iglesia y el Cuerpo de Cristo y revelamos
la unidad de ese Cuerpo. Como el Cuerpo de Cristo tenemos “un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo”. Afi rmamos la unidad de la iglesia de Cristo y nos esforzamos por todos los medios para
preservarla (Efesios 4:3-5).
Dios, quien es santo, nos llama a una vida de santidad. Creemos que el Espíritu Santo desea
efectuar en nosotros una segunda obra de gracia, conocida con varios términos incluyendo “entera
santifi cación” y “bautismo con el Espíritu Santo” —limpiándonos de todo pecado; renovándonos a la
imagen de Dios; dándonos el poder para amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza,
y a nuestro prójimo como a nosotros mismos; y produciendo en nosotros el carácter de Cristo. La
santidad en la vida de los creyentes se entiende más claramente como semejanza a Cristo.
Se nos exhorta en las Escrituras y somos atraídos por gracia para adorar y amar a Dios con todo
nuestro corazón, alma, mente y fuerza, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Para este fin nos consagramos plena y completamente a Dios, creyendo que podemos ser “enteramente santifi cados”,
como una segunda crisis en la experiencia espiritual. Creemos que el Espíritu Santo nos convence,
limpia, llena y da poder a medida que la gracia de Dios nos transforma día tras día en un pueblo de
amor, de disciplina espiritual, pureza ética, rectitud moral, compasión y justicia. La obra del Espíritu
Santo nos restaura a la imagen de Dios y produce en nosotros el carácter de Cristo. La santidad en la
vida de los creyentes se entiende más claramente como semejanza a Cristo.
Creemos en Dios el Padre, el Creador, que da vida a lo que no existe. En otro tiempo no éramos,
pero Dios nos llamó a ser, nos hizo para sí mismo, y nos formó a su propia imagen. Hemos sido
comisionados para llevar la imagen de Dios: “Yo soy Jehová, vuestro Dios. Vosotros por tanto os
santifi caréis y seréis santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44a).
Somos un “pueblo enviado” que responde al llamado de Cristo y es capacitado por el Espíritu Santo
para ir al mundo, a testifi car del señorío de Cristo y participar con Dios en la edifi cación de la iglesia
y la extensión de su reino (2 Corintios 6:1). Nuestra misión (a) principia en la adoración, (b) ministra
al mundo en el evangelismo y la compasión, (c) anima a los creyentes a la madurez cristiana a través
del discipulado, y (d) prepara a mujeres y hombres para el servicio cristiano a través de la educación
cristiana superior.
La misión de la iglesia en el mundo comienza en la adoración. A medida que nos reunimos delante de
Dios en adoración —cantando, escuchando la lectura pública de la Biblia, dando nuestros diezmos y
ofrendas, orando, escuchando la Palabra predicada, bautizando y participando en la Santa Cena—,
sabemos más claramente lo que signifi ca ser el pueblo de Dios. Nuestra convicción de que la obra
de Dios en el mundo se logra principalmente a través de congregaciones que adoran, nos lleva a
entender que nuestra misión incluye recibir nuevos miembros en el compañerismo de la iglesia, y a la
organización de nuevas congregaciones que adoren.
La adoración es la expresión más alta de nuestro amor a Dios. Es una adoración centrada en Dios que
honra a Aquél que en su gracia y misericordia nos redime. El contexto primario de la adoración es la
iglesia local donde el pueblo de Dios se reúne, no en una experiencia centrada en sí misma o para la
autoglorifi cación, sino como entrega y ofrecimiento propio. La adoración es la iglesia en servicio de
amor y obediencia a Dios.
Como pueblo consagrado a Dios, compartimos su amor por los perdidos y su compasión por los
pobres y afl igidos. El Gran Mandamiento (Mateo 22:36-40) y la Gran Comisión (Mateo 28:19-
20) nos impulsan a enfrentarnos al mundo con evangelismo, compasión y justicia. Para este fi n, nos
hemos comprometido a invitar a la fe a todo ser humano, a cuidar de los necesitados, a oponernos a la
injusticia y apoyar al oprimido, a proteger y preservar los recursos de la creación de Dios, e incluir en
nuestro compañerismo a todo aquel que invoque el nombre del Señor.
A través de esta misión en el mundo, la iglesia demuestra el amor de Dios. La historia de la Biblia
es la historia de Dios reconciliando al mundo consigo mismo, fi nalmente a través de Cristo Jesús (2
Corintios 5:16-21). La iglesia es enviada al mundo para participar con Dios en este ministerio de amor
y reconciliación por medio del evangelismo, la compasión y la justicia.
Nos hemos comprometido a ser —e invitamos a otros a convertirse en— discípulos de Jesús. Con esto
en mente, nos comprometemos a proveer los medios (escuela dominical, estudios bíblicos, pequeños
grupos de mutua responsabilidad, etc.), a través de los cuales se anima a los creyentes a crecer en
su comprensión de la fe cristiana y en su relación unos con otros y para con Dios. Entendemos que
el discipulado incluye que nos sometamos a obedecer a Dios y a las disciplinas de la fe. Creemos
que debemos ayudarnos unos a otros para practicar la vida de santidad a través del compañerismo
cristiano, el sostenimiento y la mutua responsabilidad de amor. Wesley dijo: “Dios nos ha unido los
unos con los otros para fortalecer nuestras manos”.
El discipulado cristiano es un estilo de vida. Es el proceso de aprender cómo quiere Dios que vivamos
en el mundo. A medida que aprendemos a vivir en obediencia a la Palabra de Dios, en sumisión a
las disciplinas de la fe, y en mutua responsabilidad unos para con otros, principiamos a entender el
verdadero gozo de la vida disciplinada y el signifi cado cristiano de la libertad.
El discipulado no es un esfuerzo meramente humano; no es el sometimiento a reglas y reglamentos.
Es el medio a través del cual el Espíritu Santo nos lleva gradualmente a la madurez en Cristo. A través
del discipulado llegamos a ser un pueblo con carácter cristiano. La meta fi nal del discipulado es ser
transformados a la semejanza de Jesucristo (2 Corintios 3:18).
Estamos comprometidos con la educación educación superior cristiana, a través de la cual los hombres
y las mujeres son equipados para vidas de servicio cristiano. En nuestros seminarios, colegios bíblicos,
colegios y universidades, estamos comprometidos con la búsqueda del conocimiento, el desarrollo del
carácter cristiano, y la preparación de líderes para lograr nuestro llamado divino de servir en la iglesia y
en el mundo.
La educación superior cristiana ocupa un lugar central en la misión de la Iglesia del Nazareno. En los
años iniciales de la Iglesia del Nazareno, se organizaron instituciones de educación superior cristiana
con el propósito de preparar a hombres y mujeres de Dios para el liderazgo y servicio cristiano en el
avance global del avivamiento wesleyano de santidad. Nuestro compromiso continuo con la educación
superior cristiana a través de los años ha producido una red mundial de seminarios, escuelas bíblicas,
colegios y universidades.